Primeira infância
"Cuando fuimos a vivir al Centro Atómico, con Javier recién nacido, Paula tuvo una actitud insólita para una criatura. El espacio era pequeño, ella tenía la percepción de la situación que ahí se vivía. Por este motivo ella decidió que no podía molestar, así deambulaba por otros espacios, por las casas de otros niños que vivían en el Centro Atómico y sólo volvía para comer y para dormir. Esto lo llegó a verbalizar: "Mami, yo no quiero molestar, vos tenés que cuidar a Javier y por eso yo me voy". Nunca supe qué significaron exactamente estas palabras en la comprensión de una criatura de 4 años.
Y el primer año de Javier transcurrió en el Centro Atómico. Una criatura inquieta, sus ojos abarcaban el mundo, la sensación que me pasaba es que él percibía también. No era una criatura llorona, pero no aceptaba las reglas de juego, las que se le imponían a un bebé. Se negaba a tomar la teta, a crecer como otros bebes de su edad, a ser un chico sociable, a las comidas que se le podían ofrecer. Sólo se aferraba a sus padres, no aceptaba a nadie más. Los límites no existían para él. Ni físicos ni de los otros.
Cuando comenzó a gatear era inalcanzable, el destino lo decidía él. No era lo que se podría decir un bebé simpático. Tenía una mirada profunda, madura, con una vieja sabiduría traída no sé de donde. Durante años, y tal vez hasta hoy, pensé que él compartió conmigo, desde mis entrañas, aquel sufrimiento silencioso, cargado de deseo de justicia."
Así me lo contó mi madre (Elsa Cencig)